Columna Olor A Dinero
Feliciano J. Espriella
Esnobismo 2.0: el arte de ignorar sin perder la pose
Jueves 27 de marzo de 2025
En plena era digital, políticos, periodistas y hasta ciudadanos comunes han convertido el bloqueo en redes sociales y la opacidad en WhatsApp en un símbolo de estatus. Más que herramientas de gestión, estas prácticas reflejan una tendencia creciente al esnobismo digital, donde la evasión sustituye al debate y la exclusión se disfraza de privacidad.
Hay cosas que parecen absurdas, pero que con el tiempo se convierten en costumbre, y luego, en norma. En esta era de la hiperconectividad, algunos gobernantes, políticos y periodistas han encontrado en el botón de “bloquear”, o prohibir arrobarse en X (antes Twitter) y en la configuración de privacidad de WhatsApp su mejor herramienta de gestión… o más bien, de evasión.
En teoría, quienes viven del escrutinio público deberían estar acostumbrados a la crítica, a los cuestionamientos y a que los ciudadanos exijan respuestas. Pero en la práctica, muchos de ellos prefieren la ruta más fácil: silenciar y desaparecer del radar a quienes se atreven a arrobarlos. Como si el hecho de bloquear a alguien en una red social significara que la crítica deja de existir.
En la misma línea, periodistas que deberían defender la libertad de expresión no dudan en blindarse del contacto con la realidad. ¿Ejemplos? Jorge Ramos, el adalid de la libre prensa, ha bloqueado a un buen número de usuarios que le han señalado inconsistencias en sus posturas. ¿No que muy abierto al debate?
Luego está la otra forma de evasión cobarde: la configuración de WhatsApp para que nadie sepa si leyeron o no los mensajes. Entiendo la necesidad de privacidad, pero si eres político, periodista o funcionario público y usas WhatsApp como herramienta de comunicación, esconderte detrás de la opacidad de un doble check gris es, cuando menos, un desdén para quienes te escriben. Si de verdad no quieres que alguien te contacte, ¿por qué no simplemente bloquearlo? Pero no, prefieren dejar el mensaje flotando en el limbo, como si la incertidumbre fuera menos ofensiva que un “no me interesa responderte”.
Otro ejemplo: el exgobernador Jaime Rodríguez “El Bronco”, quien usaba su cuenta de WhatsApp para promover su imagen, pero si le enviabas un mensaje con un cuestionamiento serio, mágicamente nunca aparecía el doble check azul. El arte de la omisión llevado al siguiente nivel.
Estas actitudes son un reflejo de un problema mayor: la fragilidad de quienes deberían estar en la primera línea del debate público. En un mundo ideal, un gobernante enfrentaría la crítica con argumentos; un periodista respondería a los señalamientos con datos; un político defendería su postura con razones. Pero en el mundo real, simplemente bloquean, apagan las palomitas azules y siguen en su burbuja.
Lo más irónico es que estos personajes suelen ser los primeros en quejarse de la censura cuando son ellos quienes la ejercen. Se rasgan las vestiduras si una plataforma modera su contenido, pero al mismo tiempo aplican la tijera digital sin miramientos. Quieren estar en las redes, pero sin las molestias que conlleva la exposición pública. ¿Y la transparencia? Bien, gracias.
Este fenómeno no es exclusivo de los poderosos. Cualquiera que tenga una cuenta en WhatsApp o X ha experimentado la frustración de no saber si un mensaje fue leído o ignorado. Pero cuando lo hacen figuras públicas, el asunto se vuelve un síntoma de un problema más profundo: la falta de compromiso con la comunicación abierta y el desprecio por la rendición de cuentas.
Al final, bloquear, ocultar la lectura de mensajes o restringir la interacción en redes sociales es una estrategia de corto plazo. La realidad no se puede censurar a golpe de click. La crítica sigue ahí, aunque no la vean; la indignación se mantiene, aunque la ignoren. Y en el caso de políticos y periodistas, su credibilidad se erosiona con cada bloqueo.
Pero la cereza del pastel es el “ciudadano común” que, sin cargo público ni necesidad de evitar la rendición de cuentas, imita estas prácticas como si fueran símbolo de distinción. Ahí están, configurando su WhatsApp con la misma opacidad que un secretario de Estado, sin siquiera entender qué beneficio obtienen más allá de sentirse parte de una élite ficticia de “intocables digitales”. Un pequeño recordatorio para ellos: nadie está tan pendiente de ustedes como creen, y si tanto les preocupa ser molestados, mejor apaguen el teléfono y dedíquense a otra cosa.
Si no quieren enfrentar preguntas incómodas, si no soportan la crítica, si no están dispuestos a responder, tal vez deberían reconsiderar su presencia en las redes. O mejor aún, reconsiderar su vocación. Porque en el juego de la vida pública, el silencio es una respuesta, pero rara vez es la correcta.
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
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