El mortífero opiáceo encarna la lucha contra el crimen organizado, desata acusaciones bilaterales y marca la agenda día tras día
Información de El País
Carmen Morán Breña
Miércoles 8 de enero de 2025
México.- En unos años, el fentanilo ha pasado de ser solo un problema de salud pública a convertirse en la palabra que condiciona las espinosas relaciones entre Estados Unidos y México. Porque decir fentanilo es decir narcotráfico, violencia y muertes. En nombre del opiáceo se capturó en julio al Mayo Zambada, líder del cartel de Sinaloa, tras un opaco secuestro que acabó con el criminal detenido en territorio estadounidense. Ya entonces se hablaba de una operación electoral: los republicanos clamaban contra los carteles mexicanos, es decir, contra el fentanilo que mata cada año alrededor de 100.000 personas en Estados Unidos, y los demócratas no podían estar ajenos a esa misma lógica. Meses después y con Donald Trump ya casi sentado en el despacho Oval, el fentanilo sigue emponzoñando el debate entre ambas naciones.
Esta semana, la presidenta Claudia Sheinbaum presentaba una campaña preventiva dirigida a los jóvenes para evitar el consumo y aprovechaba para recalcar que en México no es un problema de salud ni tampoco se produce fentanilo. Al otro lado de la frontera sostienen lo contrario y piden explicaciones. A la espera de que el equipo de Trump se haga con los mandos, el embajador estadounidense Ken Salazar se despidió el lunes de México con talante diplomático, pero sin paños calientes sobre esta droga: “Hay fentanilo en México y se produce en México, pero ese debate no nos llevará donde tenemos que ir”, afirmaba. Sin embargo, para una personalidad como la del presidente electo, el debate es tan provechoso como el combate. Y al mismo ritmo que deja caer sus amenazas sobre declarar organizaciones terroristas a los carteles, México redobla sus gestos: en las últimas semanas han sido detenidas casi 7.000 personas relacionadas con el narcotráfico, las redadas antidrogas han multiplicado los decomisos y recientemente se han retenido medio millón de pastillas de fentanilo solo en Sinaloa. En el terreno legal, se ha incorporado la prisión preventiva oficiosa para los crímenes relacionados con el fentanilo.
Los gestos por parte del Gobierno de Sheinbaum tratan de aminorar el choque que todo el mundo espera a partir del 20 de enero, cuando Trump tome posesión como presidente. Llegado ese día, México tendrá algunas cifras y proyectos de seguridad que mostrar al vecino del norte. Mientras, el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, está instalado temporalmente en Sinaloa, tratando de apagar un fuego entre carteles que ha dejado ya más de 600 cadáveres en el Estado norteño tras el puñetazo en la mesa de Estados Unidos que supuso la captura del Mayo. En la peculiar guerra contra las drogas suele decirse que México es quien pone los muertos, por la violencia que se genera, un promedio de 100 homicidios al día. Pero el fentanilo también ha contrariado esa realidad, con varios cientos de víctimas mortales al día entre los consumidores. La crisis ocasionada en Estados Unidos por el adictivo fentanilo es más ruidosa que toda la cocaína junta de décadas atrás, un problema de orden social insoslayable para la clase política. La emergencia sanitaria se ha traducido pronto en un asunto de relaciones exteriores que en manos del imprevisible líder republicano siembra de incertidumbre al Gobierno mexicano.
“El fentanilo es la droga más mortal que nuestro país ha enfrentado y el Departamento de Justicia no descansará hasta que todos los capos, miembros y asociados de los cárteles paguen por envenenar nuestras comunidades”, señaló el fiscal general de Estados Unidos Merrick Garland tras la detención en julio de Ismael Zambada. Después de aquello se recrudecieron las acusaciones sobre quién lo fabricaba y quién lo consumía. Es decir, si la culpa la tenía la cabeza o la cola de la pescadilla. Tanto en tiempos de López Obrador como ahora con Sheinbaum, el mensaje de los morenistas es que México solo es un país de paso para el opiáceo y los precursores químicos que llegan desde China. López Obrador escribió una carta en abril de 2023 al presidente chino Xi Jinping, en la que pedía su colaboración para atajar el problema de salud que asolaba a Estados Unidos. El mexicano se ponía de perfil, como un altruista voluntario, pero nunca responsable. “Por nuestra frontera solo ingresa el 30% de lo que se consume en Estados Unidos”, decía la carta. En esta pelea, el Gobierno mexicano ha sostenido siempre que la crisis de adicción no afecta en su territorio por una cuestión de “valores”. Valores familiares y culturales. Así lo han defendido Obrador y Sheinbaum. Pero no han explicado por qué esos mismos “valores” no alcanzan para reducir las 30.000 muertes violentas que se cuentan en México al año, muchas de ellas por narcomenudeo.
Cada época tiene sus drogas y sus problemas de salud pública y sociales asociados. El fentanilo se alza ahora como el más potente adictivo, principal causa de muerte entre los estadounidenses de 18 a 45 años, debido, en buena medida, a un uso farmacéutico descontrolado o inducido que se ha determinado con detalle. Hasta los delfines del golfo de México tienen partículas de fentanilo en su organismo y eso no se arregla cambiando de nombre al golfo. Cómo y hasta dónde se extenderán el consumo y las muertes es algo que todavía se desconoce, pero las consecuencias políticas están en su clímax y arrastran a dos países que comparten una enorme frontera. En México el asunto es de doble filo: en el ámbito doméstico ya comienzan en los centros educativos las campañas preventivas contra el consumo; en el terreno exterior se redobla la política de gestos, una campaña también preventiva ante la llegada de Trump.