Columna Haz y Envés
Armando Fava Ruelas
Caso Chilpancingo, un mensaje de terror
Miércoles 9 de octubre de 2024
La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo presentó ayer por la mañana su Plan Nacional de seguridad. Había expectación, interés, por conocer esos lineamientos, toda vez que de los mismos y de su aplicación depende que varias regiones del país recobren la tranquilidad perdida a lo largo de ya varios años de palos de ciego por parte de las autoridades.
Muchas personas apostaban a que Sheinbaum haría anuncios espectaculares; y con ello nos referimos a que afirmaban que las fuerzas de seguridad irían por los cárteles sin darles más tregua; pero esa suposición era débil e ilusoria.
Otros afirmaban que seguiría la misma política del sexenio anterior. Fueron los que acertaron, pues casi ningún cambio se apreció en el planteamiento central, del gobierno de la Cuarta Transformación: “No volveremos a la guerra contra el narco”.
Por lo pronto, se anunció que el Plan Nacional se Seguridad se regiría por cuatro ejes de acción: Atender las causas sociales de la violencia; consolidar la Guardia Nacional; usar inteligencia contra el crimen y lograr una más estrecha coordinación entre los diferentes niveles de gobierno.
Lo anterior significa que se enfocarán en las familias más vulnerables, reduciendo la pobreza y generando oportunidades para que los jóvenes se alejen de la delincuencia y del reclutamiento de grupos delictivos.
Que se aprovecharán las capacidades de la SEDENA para que la Guardia Nacional se pueda consolidar y que, por supuesto, es falso que haya militarización.
Que se crearán la Subsecretaría de Inteligencia e Investigación Policial y el Sistema Nacional de Inteligencia a través de impulsar una reforma constitucional.
Y, por último, que habrá una coordinación “absoluta” entre las instituciones del gabinete de seguridad y los gobiernos estatales.
Todo ello, porque los objetivos principales de la estrategia de seguridad de Sheinbaum son: Disminuir la incidencia delictiva, principalmente de los homicidios dolosos y delitos de alto impacto como la extorsión.
De igual manera, “neutralizar” que significa indistintamente eliminar o apresar a los llamados pomposamente “generadores de violencia” así como a los cárteles criminales, poniendo atención especial en aquellas zonas de alta incidencia delictiva.
Y un tercer objetivo, bastante impreciso por cierto, que es el de “fortalecer las capacidades de prevención” de las policías.
Nada distinto escuchamos a lo que ya vimos en el sexenio anterior.
Ojalá que, en lo que se consiguen estos objetivos del Plan Nacional de Seguridad de Claudia Sheinbaum, no se imponga en México un nuevo récord sexenal en asesinatos como sucedió con López Obrador, a quien solo le faltaron unos cuantos muertos para alcanzar la cifra de 200 mil homicidios dolosos en los cinco años y 10 meses de gobierno.
Es ya mucha la presión social en nuestro país en relación al clima de inseguridad, violencia, crimen e impunidad que hay en muchas regiones, y a nivel internacional, ante los estragos en la salud y la economía que causan las organizaciones delincuenciales mexicanas con el tráfico de drogas, muy en particular en lo que se refiere al fentanilo.
En ese contexto, y si en verdad se pretende arreglar las cosas, es casi seguro que habrá una coordinación mucho más efectiva entre los gobiernos de México y los de los países afectados, para combatir de manera más efectiva estas redes de delincuentes.
Esto último es algo que las autoridades mexicanas no pueden anunciar a la ligera en este momento. Las razones son obvias.
Por cierto, es muy lamentable ver que las estadísticas de la muerte ya no impresionan a nadie. Si la cabeza cercenada de Alejandro Arcos Catalán, presidente municipal de Chilpancingo horrorizó a la gente, no fue por el hecho en sí, -un acto de barbarie al que los mexicanos estamos muy acostumbrados desde hace siglos-, sino porque los cárteles ya subieron el perfil de sus víctimas.
La delincuencia organizada había llegado a asesinar a alcaldes de municipios muy pequeños, o de medio pelo, de esos que abundan en este país; también ejecutaron a varias decenas de candidatos durante las pasadas campañas -las más sangrientas de la historia de México- y no se doga a defensores de derechos humanos y ecologistas.
Pero, esta vez, asesinaron y decapitaron al alcalde de la capital de uno de los 32 estados que existen en México; o sea, ya no los detiene nada ni nadie. Ellos mandan sus mensajes con quien quieren, como quieren, donde quieren y cuando quieren.
Nada nos impide pensar, entonces, que el mensaje de terror que enviaron desde Chilpancingo no es otro que “No hay jerarquía a la que le tengamos miedo ni respeto”.
Ojalá que este gobierno tenga mucha mejor suerte que el anterior porque, si a los delincuentes los dejan seguir haciendo, eso será lo realmente desastroso para México.
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