Columna E,l Zancudo
Arturo Soto Munguía
La delgada línea entre la primicia y la autoinmolación
Jueves 18 de julio de 2024
Lamentable desde cualquier ángulo el atentado en que resultó herido a balazos el comunicador caborquense Federico Hans Hagelsieb, mejor conocido en aquella región como “El Güero Hans”, a quien afortunadamente reportan estable en un hospital de Hermosillo, a donde fue trasladado vía aérea.
Caborca, enclavada en el corazón del desierto sonorense, frontera con EEUU que registra desde tiempos lejanos una intensa actividad de bandas del crimen organizado que, pese a los frecuentes golpes asestados por la autoridad con detenciones de objetivos prioritarios y aseguramientos de armas, municiones, vehículos y demás enseres propios de esos menesteres, no cesan en su actuar.
Desde hace muchos años, los colegas de aquella región han optado por extremar cautela en la cobertura de hechos violentos, ya por iniciativa propia, ya porque eventualmente reciben mensajes de grupos criminales en ese sentido.
Como sucede en otras regiones del país convertidas en ‘zonas de silencio’ donde la cobertura de hechos delictivos privilegia antes que cualquier cosa la seguridad personal de los comunicadores, en la zona del desierto de Altar sucede algo similar. Los municipios asentados en esa región son relativamente pequeños y la presencia, por décadas, de grupos dedicados a actividades ilícitas ha provocado que las propias comunidades conozcan del fenómeno y sus protagonistas.
Eso implica que eventualmente, los comunicadores tengan algún tipo de contacto con ellos; no hablamos necesariamente de complicidades o relaciones indebidas, sino de otra naturaleza.
Por citar un ejemplo: hace muchos años, un colega me contó que en cierta ocasión llegó a cubrir el lugar donde se había registrado un enfrentamiento con saldo de varias bajas entre los grupos en disputa. Tomó algunas fotografías y se retiró a su casa para redactar la nota. Ni siquiera había comenzado cuando llegó allí un grupo de sujetos armados para pedirle el rollo de su cámara. Nótese que estamos hablando de tiempos en que la digitalización de esas herramientas de trabajo aún no era de uso común. El colega accedió a la solicitud sin mayores objeciones como, supongo, cualquiera lo hubiera hecho en esas circunstancias.
Me viene a la memoria otro episodio más reciente, en Hermosillo, cuando un reportero materialmente se incorporó a una persecución de agentes policiacos sobre unos presuntos delincuentes que huían a bordo de un vehículo. En su afán de lograr la primicia, el colega quedó expuesto al fuego cruzado y, aunque afortunadamente salió ileso, el resultado pudo no haber sido tan benévolo.
La cobertura de hechos delictivos, sobre todo si es en tiempo real exige, sin lugar a dudas una buena dosis de valentía que, sin embargo no debería confundirse con vocación suicida, especialmente en un contexto donde la adrenalina corre a raudales y los plomazos pueden alcanzar, inopinadamente a personas ajenas al conflicto.
El caso del “Güero Hans” es peculiar por sus poco ortodoxos métodos de cobertura. De acuerdo con la nota periodística que a propósito de este caso escribieron los colegas Aracely Celaya y Sergio García para el portal www.borderlinea.mx ‘El Güero Hans’ “se especializa en la nota policiaca, llegando siempre primero a la escena de los crímenes… incluso antes que la autoridad”.
“Se caracteriza por rezar mientras realiza sus transmisiones en vivo. Ora por las víctimas de las balaceras mientras va camino a la escena del crimen, ora por todos los caborquenses y por sí mismo”, agregan.
En la cuenta de Twitter de ese portal, su titular escribió algo que sin vacilaciones suscribo: “Creo que ya es hora de que los periodistas policiacos disminuyan el riesgo al cubrir notas sobre el narco. ¿Acaso es importante llegar primero que la policía al cubrir una nota? Eso no te hace mejor periodista, pero sí pone en riesgo tu vida, porque tarde o temprano tendrás que recurrir a esos contactos oscuros para recibir información oportuna… y ahí comienza el declive”.
Por un elemental sentido de solidaridad gremial, porque alguna vez me tocó quedar en medio de un fuego cruzado entre policías y reos amotinados en el Cereso de Hermosillo, evento que me tocó cubrir estando de ‘guardia’ en la redacción de un diario (y se escuchan bien cabronas las balas pegando cerca); porque ya las organizaciones de periodistas se han devanado el seso elaborando protocolos de cobertura para eventos de alto riesgo, porque vivimos en un país donde matan más periodistas que en otros donde hay conflictos bélicos,entre otras razones, omito hacer conjeturas sobre el caso de Federico Hans.
Ya la autoridad informó que el comunicador se encuentra estable de salud (afortunadamente), con atención médica y resguardo policial, mientras inició la carpeta de investigación para establecer el origen, autoría y circunstancias en que se cometieron los hechos, comprometiéndose a ofrecer más información sin poner en riesgo la secrecía de la investigación.
Al momento de redactar esta columna escucho un noticiero nacional dando cuenta de que en la capital de Quintana Roo, el director del portal Código Rojo Cancún, César Guzmán fue atacado a balazos en la recámara de su casa, sin que los proyectiles lo alcanzaran.
Guzmán ya había sido objeto de un atentado al que también sobrevivió el año pasado, y desde hace seis años se encuentra inscrito en el Mecanismo de Protección a Periodistas.
En la entrevista que le hicieron para el noticiero, sugiere que el origen del atentado de ayer puede tener relación con una entrevista que le hizo a un sicario de un grupo criminal, que acusó a los jefes policiacos locales de vender protección a otro grupo rival en la disputa por la plaza.
La cobertura de hechos criminales implica un dilema ético claro: ¿se debe o no documentar lo que está ocurriendo en el país en ese tema? La respuesta sin vacilaciones es ‘Sí’.
Pero también plantea otros dilemas relacionados directamente con la sobrevivencia: en la disputa entre grupos criminales que han dejado una estela de cientos de miles de muertos en México en los últimos años ¿se justifica caminar sobre la delgada línea entre la primicia y la eventualidad de que los criminales no entiendan el ejercicio periodístico sino como una toma de partido en medio de su guerra?
Yo digo que no, y me pueden acusar de miedoso, pero me acojo a lo que con vehemencia sostiene otro colega: “yo, culito, pero sanito”.
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