Falleció don Andrés Vega, guardián del son jarocho, a los 93 años

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Ciudad de México. En el amanecer de este jueves 9 de mayo, don Andrés Vega Delfín, considerado uno de los músicos más importantes en el mundo por mantener viva la gran tradición de la música clásica de Veracruz, el son jarocho, falleció, a los 93 años, frente al paisaje que engalana su hogar, en la ranchería de Boca de San Miguel, municipio de Tlacotalpan, Veracruz. Comenzaron de inmediato a sonar en su rancho las jaranas, y los versos, como este:

Se despide la neblina
cuando entra el amanecer

Don Andrés Vega, con Esteban Utrera, completó una dinastía de grandes músicos cuyo número rebasa ya el centenar, repartidos por el mundo.

De hecho, el son jarocho tradicional estaba en vías de extinción cuando Andrés Vega comenzó a revivir ese legado cultural.

Sus hijos, sus sobrinos, sus nietos, sus bisnietos, hoy son conocidos en el mundo como Los Vega. Es una familia musical como fue la familia Bach en Alemania.

Los Vega, junto con Los Utrera, fueron reconocidos con el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Don Andrés, su hijo Octavio, su esposa Hermelinda y sus nietos Raquel y Claudio, acudieron a Los Pinos el 27 de noviembre de 2012 para recibir el galardón. En la ceremonia, a la que fueron convocados de manera apresurada la noche anterior, Felipe Calderón los felicitó por ser artífices de lo que llamó el nuevo son jarocho, a lo que don Andrés respondió: ¿nuevo?, ¡uy!, yo que pensé que tenía como 400 años o más, no es tan nuevo que digamos.

En entrevista para La Jornada, don Andrés Vega dijo a la reportera Mónica Mateos-Vega: Un mundo sin música no sería mundo. Hay mucha alegría, de todo, pero a mí lo que siempre me fascinó fue el son jarocho campesino. Muy niño conocí el son tradicional, el de las tarimas. Las personas se amanecían en el fandango, y anochecía y volvía a hacerse el fandango. No hay que dejar morir al son jarocho, hay que seguir reviviéndolo, sobre todo como era antes.

Don Andrés, quien ha recorrido el país y el mundo como guitarrero del grupo Mono Blanco, fue campesino, arriero, pescador ribereño y vendedor de carbón. Casi no tuvo instrucción, pero aprendió el son de sus mayores: “tenemos la música regada en la sangre. A ninguno de mis hijos enseñé a tocar, ellos por la emoción lo hicieron y ni les costó trabajo. Cuando yo era chamaco así empecé. Un amigo de mi padre, andando por el campo, encontró los restos de un caballo y pensó: ‘le voy a llevar la mandíbula al hijo de Mario para que la toque como güiro’, y ese fue mi primer ensayo. Luego ascendí a la jarana, y no me costó ningún trabajo: rapidito, rapidito aprendí. Todos mis hijos fueron iguales, traían ya la música en la cabeza”.

Fue en la década de los años 80 cuando resurgió el fandango en una primera etapa, gracias a don Esteban Utrera y a don Andrés Vega, cuya notable trayectoria artística dio lugar a que en 2007 el gobierno de Veracruz creara la medalla Andrés Vega Delfín, la cual se otorga anualmente a los mejores músicos tradicionales de la región, en la fiesta de La Candelaria, en Tlacotalpan.

Los hijos de don Andrés encabezan ahora el árbol genealógico: Octavio con el grupo Mono Blanco; Tereso con el grupo Son de Madera; los nietos como Los Vega; una nieta, Raquel, en el grupo Caña Dulce, Caña Brava; Martha, hija de don Andrés, es la mejor bailadora de fandango en la actualidad.

El sábado 6 de octubre de 2018, don Andrés y su familia trasladaron el fandango al Teatro de la Ciudad, en la capital mexicana, durante tres horas y media.

En un momento dado de ese fandango, a Tereso Vega, ese Stevie Ray Vaughan jarocho, no le salió la voz de la emoción, brotaron lágrimas de entre sus párpados y se disculpó de dos maneras. La primera: perdonen las lágrimas, pero son de emoción; la segunda: emitió cantares de potencia de cíclope, voz de volcán ronco y rasgó su jarana cual minotauro en su laberinto y después entabló diálogo de filósofos con Ramón Gutiérrez, cuya guitarra de son puso a girar los planetas en medio del butaquerío que deliraba de alegría.

Don Andrés Vega, sentado en su sillón, tocó su guitarra de son en una disquisición magistral que está registrada en el disco compacto titulado Laguna prieta Vol. 1, publicado por la disquera independiente Los Vega. Esa música ha sido considerada con desparpajo con expertos como la versión jarocha de El clave bien temperado de Bach, no por comparar a dos músicos incomparables, sino sencillamente porque la música de ambos produce sensaciones semejantes, estados de ánimo serenos, alegría y asombro. Ambos, Bach y Vega, proporcionan alegría, gozo, salud y tranquilidad de mente y alma a quien escucha.

El amanecer de este jueves 9 de mayo, el paisaje de la ranchería de Boca de San Miguel, en Veracruz, vio despedirse la neblina cuando entró el amanecer y luego se convirtió así:

el cielo en el horizonte
está encendido de hoguera.

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