“La historia de odio no se debe repetir”, dice sobreviviente de un gueto

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Ciudad de México. El exilio polaco ha dado a México grandes aportaciones culturales, por ejemplo la pianista Eva María Zuk, pero hay también presencias cuyo testimonio es historia viva. Es el caso de Bronislaw Broni Zajbert, uno de los pocos sobrevivientes del gueto de Lódź, en Polonia.

A sus 91 años, hace un llamado al mundo para no repetir la historia de odio y discriminación que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando él y su familia fueron encerrados junto con miles de judíos masacrados por el odio nazi.

Broni tenía seis años en 1939. Tuvo la suerte de sobrevivir en medio de la tragedia y hoy radica en la Ciudad de México.

En entrevista con La Jornada, tranquilo, dice que la humanidad debe erradicar de sus corazones y acciones el odio y la discriminación, males que acaban con la dignidad humana.

Lamentó los conflictos bélicos que hay en Ucrania y Palestina, y subrayó que la primera y segunda guerras mundiales comenzaron con conflictos en Europa central. La historia de odio y discriminación no se debe repetir.

En los ojos de Broni se percibe la tristeza que ha cargado durante décadas, desde que en su infancia conoció los horrores de la guerra, pero con gran entereza, a sus casi 91 años, mantiene una memoria lúcida que recuerda cada detalle de su experiencia en el gueto de Lódź.

Con un español perfecto narra que aprendió este idioma cuando estuvo en Venezuela, donde fue refugiado tras los estragos de la guerra. Sus padres fueron León Zaibert y Hanna Herman, y su hermano menor, Ignacio Zajbert, quien no recuerda casi nada de aquella época, porque era un bebé.

Vivíamos en un departamento confortable en Lódź, todo lo que tiene un lugar donde vives a gusto; tenía mi recámara y un canario que me habían regalado, era una de mis posesiones; no era lujoso el lugar, pero era cómodo, cuenta.

Hasta que un día llegaron a la puerta de su casa soldados nazis y les exigieron salir de inmediato, tomar sus cosas esenciales y abandonar el hogar. Váyanse, fuera, ¡largo de aquí!, agarren lo que puedan y váyanse, les ordenaron.

En ese momento sólo se encontraban en casa su hermano menor, Broni y su madre, que por fortuna hablaba alemán, y suplicó a los soldados que los dejaran un día más para que llegara su esposo y entonces saldrían. Apeló a la misericordia recordando a los alemanes que ellos también tenían familias. Los invasores, al escuchar las súplicas en su idioma y ver a la mujer blanca, con cabello y ojos azules, le contestaron que sólo un día y no deberían llevarse nada.

Fue una experiencia terrible cuando nos llevaron al gueto de Lódź. Mi familia fue asignada a la cocina de un departamento, mientras otras ocupaban los demás espacios; todos éramos judíos. Ahí le fue adherida al pecho la temible estrella que los identificaba como pertenecientes a la raza que los alemanes buscaban exterminar. Primero perdí mi canario, luego mi libertad; nos encerraron en el lugar más pobre y feo de la ciudad, evoca.

En el gueto, comenzó el odio de Broni hacia las cáscaras de papa, que era lo que en algunas ocasiones había de comer y en raciones escasas.

Durante el encierro, detalla, había un gobierno local dentro del gueto, conformado por los mismos judíos presos. “Ellos llevaban a cabo redadas, sacando a los judíos de las paupérrimas casas y presentándolos ante los nazis que pedían prisioneros para trasladarlos ‘a otros lugares’; en ese entonces, no se sabía adónde se dirigían los ferrocarriles en los que los subían”.

Broni –quien ahora utiliza una silla de ruedas para trasladarse de un lugar a otro– y su familia estuvieron en Lódź cinco años. Un día se escondieron en una cabaña abandonada para no ser llevados en los trenes; pasaron tres días sin comer, pero salvaron sus vidas.

De los cerca de 200 mil judíos que pasaron por Lódź, sólo salieron con vida 877 personas.

Fueron liberados por los rusos y polacos el 19 de enero de 1945. Me desmayé de la emoción y mi papá me reanimó. Luego de la larga espera éramos libres y estábamos todos juntos. Lo primero que hice fue arrancarme la estrella que traía en el pecho; se había acabado el odio hacia nosotros.

Tras finalizar la tragedia vivida en Polonia, la familia de Broni tuvo la posibilidad de emigrar a Venezuela. Años más tarde, visitó a su tío, que era periodista en México, donde conoció a la jovencita Zina Rapoport, quien más adelante se convertiría en su esposa. Fue cuando decidió echar raíces en este país.

El nombre de la pastelería que fundaron los esposos Zajbert es Zinazúcar, en recuerdo a cuando en 1960 se casaron. El negocio se especializa en repostería para personas con diabetes.

Antes de casarse, Broni estudió ingeniería química en el Colegio Wooster, en Ohio, Estados Unidos. Además, trabajó de jefe de producción en la fábrica de chicles Adams, en Caracas. Su familia está formada por una hija que reside en San Diego, California, un hijo, tres nietos y tres nietas, y tres bisnietos.

Broni, el niño con suerte, reiteró su llamado a los seres humanos a respetar al prójimo. Todos somos iguales. Hay que desterrar el odio y la discriminación en el mundo; no puede haber nadie superior a nadie, expresó satisfecho de contar con una familia amorosa y de vivir en paz en México.

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