La liga Buhitos Unison conquista la Copa MLB

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Ciudad de México. Dicen que no hay que ser supersticiosos, pero cuando ocurren ciertas coincidencias puede acontecer lo inesperado. La victoria de los Buhitos Unison de Hermosillo en la Copa MLB que se disputó en los campos de la Liga Maya y Olmeca, en Ciudad de México, estuvo precedida por una serie de eventos con una gran fuerza simbólica. En la quinta edición de este torneo para niños de 11 y 12 años, en el cual las Grandes Ligas ofrecen una experiencia cercana a la que viven los peloteros profesionales, estos pequeños emplumados lograron convertirse en campeones. Una proeza porque significó desbancar la hegemonía de Tijuana, ganadores de la copa en sus cuatro ediciones anteriores.

En el terreno, Buhitos superó a los representantes de Veracruz, la Liga Municipal de Medellín, con pizarra de 6-0. Las anotaciones llegaron hasta la quinta y sexta entradas. Algo profundo impelía a estos pequeños sonorenses.

Por la mañana recibieron la llamada de Isaac Paredes, jugador mexicano que brilla con los Rays de Tampa Bay. Les dio ánimos y les pidió que sacaran el buhito power como si invocara a una fuerza oculta que sólo esos pequeños entienden. Y lo hicieron al ganar la copa de Grandes Ligas.

Paredes sabía lo que significaba esa solicitud, su carrera en el beisbol empezó precisamente en la liga de Hermosillo cuando tenía ocho años. La abuela del jugador lo llevó para que aprendiera ese deporte que gusta tanto en Sonora; no hay que olvidar que ese estado y Sinaloa son las principales canteras de peloteros mexicanos en Grandes Ligas.

A diferencia del futbol, que no requiere de más equipamiento que una pelota y unas reglas muy sencillas, el beisbol exige una serie de aditamentos y unas reglas que pueden ser complejas; todo eso en conjunto lo convierten en una práctica menos asequible. Fueron razones económicas por las que la abuela de Paredes no pudo mantener al chico en la liga. Ahí es donde salió a relucir el carácter colectivo y familiar que aviva este deporte en tantos estados del país. Los padres y madres de los demás niños se encargaron de apoyar al pequeño Paredes, quien a la postre fue el primer ligamayorista que surgió de Buhitos Unison. Después surgieron otros como Luis González y César Salazar.

Hace un par de días, Paredes llevó por primera vez a su abuela a un juego de Grandes Ligas. Era una promesa y lo publicó en redes sociales. Todo eso, coinciden los niños, tuvo un efecto importante en la moral de los nuevos campeones.

El juego de ayer en la Liga Maya enfrentó a dos equipos que buscaban levantar por primera vez el título de la MLB Cup. Llegaron hasta la quinta entrada sin mover la pizarra. El duelo de lanzadores era muy cerrado y las carreras no llegaban. Pero ese quinto rollo fue el fatídico para los de Veracruz, porque Buhitos ocupó las bases con un out en la cuenta.

Con esa presión que sólo conocen los peloteros, José Quihui, de 11 años y 1.72 de estatura, se colocó en la caja de bateo para intentar resolver ese dilema. Yo sólo pensaba en que era urgente pegar un hit. Pero estaba muy nervioso, sólo tenía que respirar y concentrarme, comentó Quihui.

Apenas tuvo la bola cerca, le pegó para mandarla a lo profundo del jardín central; el patrullero se lanzó y estuvo a punto de ser el héroe del partido pero no logró atraparla. Vi la pelota que se iba y entonces pensé: esto ya son carreras, recordó Quihui. Y esas fueron las dos primeras rayas que produjo para el equipo. Más tarde llegaron tres timbres más en ese mismo inning y uno más en el sexto. Victoria indiscutida.

Creo que hubo magia o mística en el equipo, comentó Pablo Vázquez, mánager del cuadro. Esta mañana nos llamó Paredes y los alentó. Los chicos estaban emocionados y muy convencidos que podían ganar.

El mánager llevaba unas iniciales escritas con plumón en el pantalón: MR8. Son las iniciales de Max Romero, un niño de 10 años que en 2023 murió en un accidente de carretera al volver de un juego de beisbol y era parte del equipo. Seguramente estaría aquí. Por eso decidimos dedicarle el título, comentó el mánager.

En el otro extremo, estaban los chicos de Veracruz. Algunos festejaban, aunque otros lucían un poco tristes por la frustración tan razonable.

Héctor Ponce, un serpentinero de Playuelas, Veracruz, no ocultaba que esperaba ganar la copa. Todo lo que vivió –cuenta– parecía un sueño. Vino a la Ciudad de México con todos los gastos pagados por las Grandes Ligas. Esta experiencia la viven como si fueran jugadores profesionales –añade–, en hoteles impresionantes, aviones y el mismo trato que se da a las figuras deportivas.

Ponce no vino con sus padres. No pudieron hacer el viaje por razones económicas, pero los familiares de sus compañeros lo apoyaron para que no se sintiera solo.

Mi padre es pescador. A veces yo también lo ayudo, relata. Salimos de madrugada o por la noche para tirar las redes. Unas veces hay camarón. Aunque no ganamos la copa me regreso feliz, porque todo fue como un sueño. Yo me veo como jugador profesional cuando sea grande. Lo que pasó en estos días me da más ánimos para esforzarme, comparte.

Ponce, tal vez como Paredes en su momento, sueña con las Grandes Ligas y la solidaridad de una comunidad lo respalda.

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