Ushio Amagatsu, una de las máximas figuras del butoh, falleció a los 74 años

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Ciudad de México. El maestro Ushio Amagatsu, la figura más importante de la danza butoh después de sus fundadores, Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, falleció el 25 de marzo a los 74 años, según se dio a conocer ayer, por un infarto, a pesar de haber sobrevivido al cáncer de faringe que le fue diagnosticado hace siete años. Hace casi cuatro décadas fundó la compañía Sankai Juku, con residencia en el Theatre de la Ville, en París. El gobierno francés lo reconoció con la Orden de Caballero de las Artes y de las Letras de Francia. Es uno de los grandes creadores de arte universal.

En varias de las entrevistas que concedió a La Jornada, definió los principios del arte que desarrolló durante décadas y logró cambios profundos en el interior de los espectadores:

–En su obra existe una conexión instantánea mente-cuerpo. ¿Cómo se asciende al tercer elemento, el espíritu?

–Es una relación entre el interior y el exterior del cuerpo, donde se establece cierto ambiente, cierta condición ambiental. El espíritu se puede representar como sentimientos: puede ser amable, a veces muy enérgico, productivo o en actitud de búsqueda. Esos cambios constantes van dando la relación entre el exterior y el interior del cuerpo. Se trata entonces, en mis obras, de que los bailarines ponen en tensión tanto el tiempo como el espacio mediante la concentración.

–Cuando uno observa sus coreografías, recibe una tempestad de impactos emocionales y de conceptos. De entre ese cúmulo, destaquemos tres: metáfora, ontología, metafísica. ¿Cómo refleja usted esos conceptos hacia el escenario y las butacas?

–Para mí, la metáfora es algo similar a la mitología. El punto de partida para cada mito quizá sea diferente en cada país, región o cultura, pero en sus términos generales son muy parecidos. Todos los mitos de todas las culturas son muy parecidos. Puedo decir que aunque no exista ninguna regla pactada entre los seres humanos, su mundo imaginario será siempre el mismo. Es una universalidad. La metáfora es, en consecuencia, un fenómeno universal.

En torno a lo metafísico, explicó Ushio Amagatsu, cuando concibo una coreografía y todas las veces que la represento en escena, siempre pienso en lo metafísico, porque hay un principio básico que incluso los científicos ya han comprobado: la metamorfosis de un feto en el vientre materno es una metafísica que todos los seres vivos han experimentado a lo largo de miles de años. Cuando el óvulo fecundado empieza a separarse en diferentes células, toma la forma de pez, y luego toma la forma de ajolote y llega a la Tierra como mamífero. Todo lo que el mundo ha experimentado durante miles de años lo hacemos durante nueve meses en el útero. Tener conciencia de eso es saber que nuestro cuerpo es el frontispicio de la historia universal de miles y miles de años.

Al frente de su compañía Sankai Juku, Ushio Amagatsu conmovió, cimbró, dejó profundo impacto en los espectadores que acudimos a todas y cada una de sus numerosas visitas a México.

En su obra Tobari, por ejemplo, pone en vida un flujo inagotable. Quiebra los vectores espacio-temporales, él, al frente de un coro de siete bailarines, todos desnudos, ataviados solamente con taparrabos o gasas o tules o túnicas y polvo blanco y sin pelo alguno en el cuerpo. Sus rostros en éxtasis, sus movimientos infinitesimales, lentos de toda lentitud, abren portales dimensionales en el escenario también desnudo, apenas poblado por ocho hombrecitos gigantescos, ocho titanes diminutos bajo un inmóvil torrente de estrellas clavadas sobre un ciclorama vertical.

La danza de Ushio Amagatsu no está formada por pasos de baile, sino por mudras, mantras, mandalas y magia.

La concentración zen, el éxtasis nirvánico de los cuerpos, convierte la obra en una meditación colectiva de 90 minutos de atención consciente. En pleno estallido del silencio.

En su obra Hibiki (Resonancia de lugares lejanos), Amagatsu lleva hasta sus últimas consecuencias una lectura moderna del kabuki, el noh y el butoh. Frente a sus obras, la crítica especializada nunca ha atinado a definirla. Los términos con los que podría uno sólo aproximarse: alucinatorio, hipnótico, fascinante, brutal, la belleza en estado puro.

Los movimientos minimalistas del maestro Amagatsu y sus bailarines muestran en escena la desaparición de las reglas de la física y la aparición de las fuerzas de la naturaleza. Una sensación de infinito nos inunda. Es el glorioso estruendo de los cuerpos, vueltos luz.

Entre muchas resonancias de lugares lejanos, se escucha un crujido que nace del silencio: toneladas de sonido en un grito que nunca suena, sólo queda dibujado en los rostros blancos de los bailarines y su maestro zen. Todos ellos trazan con sus cuerpos mil metáforas en un estanque sobre el cual rezumba el atronador estruendo de una nota de agua que cae

cae

cae

cae y nunca llega.

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